Crear campañas, flujos, estrategias, automatizaciones… Todo a medida, todo único, todo personalizado.
A primera vista, puede parecer profesional y artesanal. Pero en la práctica, es una trampa.
Porque cada solución nueva consume tiempo, foco, energía y recursos. Porque no acumulas conocimiento. Porque no creas activos. Porque todo lo que aprendes con un cliente, se queda en ese cliente.
Y lo peor de todo: no escalas.
Si realmente quieres que tu agencia crezca de forma rentable y predecible, necesitas dejar de diseñar desde cero y empezar a construir sistemas que evolucionen.
Soluciones estándar, sí, pero no rígidas ni genéricas. Sistemas funcionales que mejoran versión tras versión, hasta convertirse en auténticas máquinas de resultados.
Cada vez que construyes algo completamente nuevo para un cliente, estás quemando recursos que podrías estar invirtiendo en perfeccionar lo que ya tienes.
Trabajar así te convierte en un eterno improvisador, y te impide construir una ventaja competitiva real.
La mayoría de agencias diseñan como artesanos: cada cliente es una pieza única, cada proyecto se construye desde cero.
Y aunque eso puede sonar bien en una presentación comercial, en la práctica es un modelo agotador, ineficiente y muy poco rentable.
Ahora bien, imagina que en vez de reinventar la rueda en cada proyecto, construyes una sola solución base, la implementas en cada nuevo cliente, y la vas perfeccionando con cada iteración.
Lo que haces, en cambio, es construir un ecosistema de solución, una base estandarizada que evoluciona con cada cliente en el que se implementa.
Evolucionar es permitir que tu sistema aprenda.
Y con el tiempo, sin darte cuenta, lo que antes era un MVP (Producto Mínimo Viable) básico se convierte en una solución poderosa, compleja por dentro, sencilla por fuera… y muy difícil de copiar.
Con una lógica muy parecida a la evolución biológica:
El objetivo de la primera versión no es “ser brillante”, es funcionar lo justo como para sobrevivir en el entorno real del cliente. Debe resolver un problema concreto, aunque de forma básica.
¿Dónde falla? ¿Qué parte no usan? ¿Dónde se atascan los clientes? ¿Qué resultados da?
Aquí no se trata de suposiciones, sino de análisis en campo. Tu sistema está vivo. Y el mercado es su campo de batalla.
Quizás el paso 3 sobra. Quizás el mensaje automático del día 2 baja la conversión. Quizás el soporte técnico no responde lo suficientemente rápido.
Tomas nota. Lo corriges. Y avanzas.
No solo con el mismo cliente, sino con otros nuevos. Y observas de nuevo. El ciclo se repite.
Con cada vuelta de este proceso, tu solución se vuelve:
Este es el efecto compuesto aplicado a la entrega de servicio.
Imagina que trabajas con centros de estética. Tu objetivo es ayudarles a conseguir más pacientes y a que esos pacientes vuelvan.
- Funciona moderadamente. Genera citas.
- Muchos leads no contestan.
-Algunos se pierden en el proceso.
- El cliente no ve claro el ROI.
Porque cada vez que mejoras tu sistema, todos tus clientes actuales y futuros se benefician.
Además:
No hay problema. La base se adapta.
La clave está en construir una solución modular, con partes que puedas activar o desactivar según el caso.
Pero siempre dentro del mismo sistema.